

Es muy probable que en el sector en el que trabajes hayas escuchado que las habilidades (saber hacer) y las competencias (combinación de habilidades, conocimientos y actitudes para lograr una acción eficaz) son fundamentales para ejercer el puesto de forma satisfactoria. De hecho, cuanto más complejos son los problemas que debemos resolver, más debemos usarlas. Pero hay una diferencia importante entre ambos conceptos: una habilidad sería por ejemplo, saber hacer distintos nudos marineros y una competencia sería saber qué tipos de nudos son precisos para cada situación. Es más fácil tener una habilidad que ser competente y es que la competencia es la habilidad usada inteligentemente.
En el mundo del deporte, cuando un jugador no dispone de minutos, la solución que tanto él como su club a menudo buscan consiste en marcharse a otro club en busca de esos minutos que le hagan progresar en su profesión, adquirir esas competencias. Y muchos de estos jugadores regresan años más tarde a su equipo original con un desempeño mayor del que mostraban antes de marcharse y aprovechando las oportunidades que se les brinda.
¿Cuántas veces sucede esto en el entorno profesional?
Más bien pocas. Cuando vemos que no podemos seguir creciendo profesionalmente, nos resulta difícil encontrar la voluntad para cambiar, especialmente si tenemos una posición cómoda en nuestro lugar de trabajo.
En EE. UU., por ejemplo, se considera esencial desarrollarse profesionalmente en varias instituciones, incluso en varios sectores, para poder crecer en nuestra profesión. Por ejemplo, para trabajar en una universidad es requisito indispensable haber realizado estudios de Máster o postgrado en otra universidad diferente. Y para desarrollarse en una liga deportiva profesional se valora más el haber trabajado en otra liga o deporte distinto. Ser de algo “de toda la vida” nos limita más que nos potencia.
Salir en busca de otras experiencias nos hace más competentes, pero por motivos diferentes a los que pensamos. Por ejemplo, adquirir experiencia en el extranjero (ya sea para trabajar una temporada, pedir una excedencia para formarnos fuera o realizar un curso de verano) nos hará mejorar un idioma extranjero, pero también nos aportará las competencias que la industria está demandando actualmente, porque tendremos que resolver problemas en situaciones incómodas. Un estudio publicado en Harvard Business Review revela que la curiosidad (buscar nuevas experiencias, conocimiento, feedback y estar abiertos a cambiar) es el mejor predictor de nuestra fortaleza en siete competencias de liderazgo (orientación a resultados, orientación estratégica, colaboración e influencia, dirección de equipos, desarrollo organizacional, liderazgo frente al cambio y conocimiento del mercado).
Pero para que se den estas fortalezas, la curiosidad por sí sola no es suficiente, necesita de oportunidad. El mismo estudio revela que en una muestra de líderes que poseían el mismo nivel de curiosidad, sólo la mitad mejoró realmente sus competencias y fueron precisamente aquellos que habían trabajado en más empresas, habían trabajado o vivido en el extranjero o con compañeros de otras culturas y habían tenido que enfrentarse a situaciones más diversas (lanzamiento de start-ups, fusiones, crisis, etc.).
Resulta curioso que los peores momentos profesionales del presente nos pueden dar las competencias que necesitaremos en el futuro.
Cuando la oportunidad no llama a nuestra puerta, necesitamos grandes dosis de curiosidad para salir a buscarla.
Pedro Díaz Ridao, autor del libro Mejores líderes de LID Editorial